Acostumbraba
guardar todas sus notas por inverosímiles que pudieran parecer. En el
envoltorio de papel del bocadillo de tortilla, que había cenado la noche pasada
escribió las últimas líneas. Apenas dio una cabezada en toda la noche, dentro
de su coche, apostado frente al número once de aquel hostal urbano. Hasta que,
al fin, salió primero él, parándose a la entrada del café contiguo, con las
manos en los bolsillos de la americana. Al poco, una muchacha de tez morena y
cazadora de cuero se unió a él, enlazándole por el cuello, como si se colgara,
parecía besarle la nariz… ¡Era el momento!, disparó media docena de fotos desde
la ventanilla, silencioso, a pocos metros de la escena. ¡Misión cumplida!
Había merecido la pena el viaje y la incómoda espera. Su
cliente podría estar satisfecho con el trabajo. Pero en lo que respecta a su
esposa no iba a hacerle ninguna gracia y, a él tampoco, ya que sería difícil
explicar a qué dedica el tiempo a media mañana en la habitación de un hostal
con una atractiva muchacha y en un día laborable.
Habían contratado sus servicios para vigilar a un jefe regional
de una afamada firma multinacional. Tenía que ganarse la vida como detective,
aunque su oculta vocación era escribir. Lo había intentado sin éxito, es decir,
algunos certámenes literarios, de poesía incluso, pero no lograba subir en el
escalafón para ser reconocido dentro del gremio de sus anhelos.
Arrancó el vehículo al mismo tiempo que sonaba su teléfono
móvil. Era la agente de la editorial que contactó la semana anterior. Desde la
ventanilla del coche pudo reconocer a través del cristal del Café al jefe
comercial y a la exuberante muchacha dispuestos a desayunar. La pareja de
tórtolos pareció mirar al paso del vehículo, aunque distraídos en sus devaneos.
La chica de la editorial le dio la alegría del día al confirmarle que habían
leído los escritos que envió, y anunciarle que serían publicados bajo el título
de "El Cazador de Cuentos". Era preciso que pasase por el despacho
para firmar el contrato. Se sentía feliz, aunque el triunfo, para él, también
era el mero hecho de escribir. Si bien aquel logro no le retiraría del actual
trabajo, al menos se lo hacía más soportable.
Por unos instantes extasiado, volvió de nuevo a la realidad,
a pensar en el caso de su cliente. Sí, lo más curioso es que le había
contratado una empresa de fontanería a causa de una deuda pendiente. Quizás
significaba algo que el dueño de la fontanería fuera un antiguo empleado del
jefe de la multinacional, pero en cualquier caso las cuentas pendientes se
terminan zanjando… Y con la prueba de aquellas fotos en la mano el caso estaba cerrado.
Durante todo el trayecto de regreso se regocijó. Y repitió el
nombre, soñando en cada letra, en el solemne tono que les imprimía… ¡El Cazador
de Cuentos!, suspiró.
¡ FELICES LECTURAS, AMIGOS/AS!