Mike movía las piernas en el asiento de atrás, sin lograr encontrar acomodo; incluso Mollie, a su lado, se protegía con el codo de sus inquietos embistes.
–...¿Es que esta tartana no puede correr más deprisa? –gritó Mike, defendiéndose.
Llevaban toda la mañana dentro del vehículo, el espacio insuficiente y la fatiga hacían mella hasta en el más paciente. Tom, al volante, de carácter más templado, se giraba repetidamente con rápidas ojeadas hacia el asiento trasero, donde Mollie y Mike forcejeaban y discutían. Ella se recolocó la falda y se atusó la media melena rubia, al tiempo que recriminaba la intranquila actividad de su compañero de asiento...
–¡Si vuelves a pisarme te parto la cara!
En el asiento delantero, Willfred, el gordinflón, reía con estentóreas carcajadas, que acompañaba siempre con exagerados aspavientos al golpearse en las rodillas.
–¡Les hemos dado esquinazo, Tom, eres un campeón! –vociferaba entre una y otra risotada.
Mike debió de volver a las andadas, pues Mollie acabó por plantarle un sonoro bofetón, que no consiguió sino acrecentar las risas de Willfred.
–...Aprieta, Tom, ¡más rápido! –suplicó Mike, que se tapaba la mejilla enrojecida con el brazo.
–No, ahora no. Ahora toca esperar... –Tom sacó ese tono condescendiente que da la veteranía de erigirse en líder de la banda, lo que explicaba por qué era él quien manejaba el volante.
Desde la ventanilla, observaron la sucursal bancaria al otro lado de la calle. Era casi mediodía, y el ajetreo alcanzaba su punto álgido, el tráfico intenso inundaba la avenida central, y un continuo fluir de gentes se mezclaba con los ruidos y las luces intermitentes de los semáforos.
Mollie se fijó en el niño que surgió de la transversal, dispuesto a cruzar la calle en dirección al puesto de helados. En ese momento, el heladero recogía el carrito. Un vehículo apareció de súbito en la curva, cuando el semáforo aún no se había cerrado. Desde las ventanas, una pareja de ancianas se estremeció, mientras alertaban al chico... Mollie se tapó la boca con las dos manos, pero no pudo evitar se le escapara un grito.
–¿...Qué pasa? ¿por qué has tenido que chillar así ahora, eh? –increpaba Mike, molesto, intentando ponerse en pie, dentro del coche.
Willfred parecía haber tocado techo con sus carcajadas, y sólo emitía un resoplido entrecortado, del todo ininteligible. Tom devolvió la calma una vez más con su aplomo de jefe experimentado, sus palabras surtieron el efecto deseado, y todos regresaron concentrados a la realidad que les tenía allí reunidos:
–Mirad, ahí llega lo que estábamos esperando.
En la acera de enfrente acababa de aparcar una furgoneta blindada, como cada sábado último de mes, para recoger la recaudación del banco. Dos agentes uniformados se apearon en actitud alerta, vigilando hacia todos los lados, con movimientos mecánicos y rápidos. Uno de ellos portaba las sacas, mientras el otro no despegaba las manos del cinto. En actitud vigilante escrutaba entre los transeúntes como si pudieran adivinar quién podía convertirse en un peligro potencial.
–...¡Llegó el momento, muchachos! Estad preparados... –les conminó Tom.
–¿Tenéis todos las armas listas? –Will acababa de hacer la pregunta cuando Mike chilló histérico, desde atrás.
–¡No, ahora no! Vienen...
Tom pudo vislumbrar, desde el retrovisor, el automóvil de la policía que, lento, se acercaba hasta detenerse justo detrás de ellos. Las risas de Willfred se helaron y Mike parecía petrificado, inmóviles, cuando vieron descender del coche al policía y acercarse hasta ellos. El agente saludó, se asomó a la ventanilla y observó a los integrantes del grupo y el interior del coche...
–...¡Venga, chicos, ya está bien por hoy! Este no es sitio para jugar...
Casi al mismo tiempo llegaba la madre de Mollie, que desde el jardín había contemplado toda la maniobra.
–...Se lo tengo dicho mil veces, agente, pero no puede una descuidarse. ¡A casa, Mollie, sal de ahí!
Los cuatro chicos salieron asustados, serios, cruzando miradas de complicidad. Tom no dejaba de observar de soslayo al agente, que con los brazos en jarras, sonreía.
–Sí, señora, vendrán a retirarlo. Ya lleva aquí abandonado más de cinco meses.
Willfred infló los mofletes, intentando contener la risa, mientras Mike echaba a correr calle abajo, apresurado, por lo que pudiera acontecer. Mollie entró en la casa farfullando, delante de su madre, incómoda por su repentina aparición...
–...Vaya, mami, precisamente ahora que...
Tom se volvió hacia el policía con las manos en los bolsillos, encogiendo los hombros:
–¡No hemos hecho nada! Eso no anda.
¡ FELIZ LECTURA, AMIGOS/AS !