martes, diciembre 08, 2009

ENTRE SOMBRAS

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   Era otra sombra más que, al amparo de la oscuridad, se abría paso entre los tejados de la ciudad dormida. Una media luna menguante rasgaba el cielo, pero nadie observó las sombras que se proyectaron en los edificios próximos ni oyó resbalar los pasos sobre las cúpulas doradas de Nathamyâe. En otro tiempo fue capital del imperio, aunque hoy solo la presencia del palacio imperial recordaba la solemnidad de su pasado glorioso. Sus dependencias guardaban otro vestigio de no menos valor, la hija única del emperador dormía plácida en la sala alta de la torre, custodiada por la guardia que su padre destinó a tal misión. La antigua capital ocupaba un enclave privilegiado y, desde su otero estratégico, dominaba el estrecho de Isla Dhizdo, paso obligado al puerto de El Piergel y otras ciudades costeras. Allí, es frecuente en esta época el viento del sur que trae el calor que las dunas del desierto almacenaron durante el día y, desde lo alto de la torre, puede avistarse la costa cercana, al tiempo que se deja notar la brisa suave que inunda la estancia donde descansa la princesa, rendida, tranquila y ajena a las sombras que cruzan la noche.
Una de esas sombras se descuelga por la cornisa y, sigilosa, se adentra por la ventana en la habitación. Un brillo metálico delata el arma que empuña y, por breves instantes, cobra forma humana confundida entre los visillos. En la noche cálida la brisa costera mece los visillos transparentes que se adhieren al cuerpo del hombre que empuña la daga y de la otra sombra que, momentos atrás, acechaba oculta. Tampoco se oyó ni un grito, solo el deslizante filo entre los visillos y el hombre de la daga cayó desplomado torre abajo. El estrépito del arma no desveló el sueño en Palacio y, con el mismo sigilo que llegó, la primera sombra desapareció sobre las azoteas antes de que el alba despuntara vigilante.

Ya entraba la claridad del día entre los visillos salpicados de sangre cuando las voces, desde la calle, sacaron del sueño a la princesa. Se incorporó y, asustada por las manchas, apartó los visillos para asomarse y contemplar la fuente de tanto escándalo. Abajo, la guardia imperial se cernía sobre el cadáver inerte del fallido asesino. Al rato, otra sección de oficiales irrumpió en las dependencias de la princesa, aliviados al comprobar que no había peligro. Fue entonces cuando la joven reparó en el objeto posado sobre la mesa, junto a la cabecera de su dormitorio, lo sujetó entre sus manos y con curioso detenimiento observó al protagonista del que tanto había escuchado hablar a su padre... El cáliz sagrado de Rankha de nuevo regresaba a Palacio y con él las bendiciones de su significado secreto. Sin duda, vientos nuevos se unían a la suerte del imperio en inmejorable presagio. Por fin las mujeres volverían a reinar y ella podría ocupar el trono de su padre, el Emperador.
Entre las gentes de Nathamyâe se divulgó rápido el rumor del atentado y, también, la sucesión al trono de su nueva emperatriz. Para entonces, los guardias de Palacio controlaban las calles, extremando las medidas de seguridad, en previsión de posibles focos insurrectos.
 ...Pero El Montañés ya estaba de nuevo a bordo del bajel, la promesa quedaba cumplida, aunque su viaje no terminaba ahí. Mañana continuaría rumbo entre las islas, por fin sin obstáculos hacia el continente. El Montañés aprovechó la espera para descansar. Mientras, se dejaban caer las primeras sombras de la tarde.
¡ FELICES LECTURAS, AMIGOS/AS !

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