viernes, diciembre 26, 2008

EN CIERTO SENTIDO

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     Me di cuenta desde edad temprana, pero el primer recuerdo databa de apenas cumplidos siete años. Había olvidado el regalo de cumpleaños en la habitación de mis padres y, a medianoche, me entró la imperiosa necesidad de tenerlo entre mis dedos. Aquel soldado articulable era una especie de mascota y, desde mi cama, fui el primer sorprendido al comprobarme observando el dormitorio contiguo con toda clase de detalles. Ellos dormían a pierna suelta mientras, asombrado, recorría cada rincón de la estancia, escudriñando todos los pormenores, hasta dar por fin con el juguete, posado sobre la silla.
   Años más tarde, en el Instituto, tuve una experiencia singular con la profesora de idiomas, una mujer de porte elegante que compaginaba perfectamente con aquel obsesionado interés suyo por la correcta dicción. No dejaré de reconocer que su atractivo repercutía en los maleables moldes de un muchacho en pleno proceso de desarrollo, vamos, que me gustaba. Quizás influido por ello, por sus maneras o por el perfume y la exquisitez de ropas con que se ataviaba, en una ocasión, pude contemplarla también durmiendo junto a su pareja, un señor gordinflón de acicalada barba. Su dormitorio, de aspecto pulcro, respiraba un aroma de esencias. Acabé el curso con la mejor puntuación en su asignatura y, además, con la felicitación de la propia profesora, sí, una perfecta señora. Para entonces era ya consciente de que podía entrar en otros sitios, aunque sin saber muy bien lo que hacer una vez allí; me fascinaba poder contemplar el lugar, los objetos, los gestos imperceptibles del rostro o los movimientos del cuerpo. Había aprendido a moverme, superado el desconcierto inicial. Podía ver mis manos y escuchar, pero resultaba imposible tocar nada, siempre que lo había intentado había terminado por despertarme de forma brusca y sudoroso, así que opté por el disfrute inocuo de la situación. Posteriormente, me fue de gran utilidad para el trabajo la información proporcionada por tan particular habilidad… Recuerdo a aquella directora general que no hacía sino extorsionar los esfuerzos de sus empleados, con la velada amenaza de que un hogar que se precie semejaba los mismos sacrificios que la empresa. Sin embargo, mis sospechas iban cobrando forma pues nunca logré introducirme dentro de su alcoba. Aquella mujer nunca durmió acompañada y, tras su caparazón, debía de sentirse de verdad sola.
   Con el paso de los años he ido adaptándome a los misteriosos caprichos a los que me somete esta extraña percepción, pues nunca soy yo quien decide el momento o con quién experimentarla. Desde mi cama, como si estuviera dormido, puedo presentarme en otros lugares a millas de allí y observar aspectos inverosímiles de gente, casi siempre cercana a mí por algún motivo desconocido, aunque revelador.
   El nuevo Gerente se incorporó hace un mes en unos cruciales momentos para la Compañía y, para mí, necesitado de esa normalidad, capaz de alejar cualquier nubarrón de incertidumbre, sobre todo ahora que acababa de firmar la hipoteca de la nueva casa. Quiero dar a Lena y a nuestro hijo, Tomy, unas comodidades mejores y bien merecidas. Con esa intención, la noche anterior estuvo de invitado en la casa estrenada y de la que me siento tan orgulloso. El nuevo Jefe se despidió a medianoche, había tarea acumulada que adelantar al día siguiente. Pero de madrugada, sin proponérmelo, me introduje en su dormitorio… Jadeaba entrecortado, a pesar de ser joven. Observé el rostro de la mujer de melena rubia que descansaba a su lado, algo mayor que él; las ropas descansaban esparcidas por el suelo sin orden ni concierto… Volví a acercarme a la mujer y, horrorizado, comprobé que se había convertido ahora en una morena, más joven que la anterior. El Gerente resoplaba en camiseta de tirantes, el pijama, arrugado a los pies de la cama, cayó al suelo cuando dio media vuelta… Desperté inquieto, al intentar jalar de la manta, cuando descubrí que la mujer acostada era ahora otra distinta, de pelo castaño corto, que resoplaba casi más que él… Quise advertirle, pero algo no me dejó.
   A la mañana, en el desayuno, Lena opinó sobre las incidencias pasadas…
–Se notaba que lo hacía por cumplir, aunque espero que quedase contento.
   Sin embargo, fueron las palabras de Tomy las que acertaron a despejar las dudas en cuanto abrió la boca:
–…¿Pero cuántas mujeres tiene ese hombre?...
   Su pregunta me dejó perplejo, mientras la madre ignoró la aparente incongruencia. Tomy es un buen muchacho, deportista, está creciendo fuerte; quizás deba estar más cerca de él, ahora que su formación es tan decisiva. Algo me dice que, digno de su padre, aunque nunca antes lo hayamos comentado, en cierto sentido, nos entendemos.


¡FELICES LECTURAS, AMIGOS/AS!