martes, marzo 09, 2010

LOS EPISODIOS DE EL MONTAÑÉS

   
   No era El Montañés hombre al que asustaba el peligro. Al contrario, no huía ni se escondía cuando se embarcó en uno de los galeones que realizaban el trayecto desde Acapulco a Manila. Nada le ataba al lugar donde nació y se consideraba aún demasiado joven para conformarse. Hasta donde conocía, su madre había llegado al oeste americano de la mano de su esposo, un lancero del ejército español, que intentaba poner orden en un territorio ocupado a los nativos que, no obstante, se resistían y plantaban férreas dificultades a una conquista definitiva.
   Su suerte habría sido otra de haber sido su padre aquel lancero, pero no fue así. Su madre le contó que había sido raptada por tribus apaches en uno de sus continuos ataques a la población de la frontera. Y él nació dentro de la tribu, fruto de aquellos guerreros de quienes aprendió las artes de la más vital de las supervivencias. Diestro con el cuchillo, el arco y la lanza, el contacto con el hombre blanco le valió para manejar distintas lenguas y también las armas de fuego. La presión que ejercían otras tribus desde el norte, que negociaban con los franceses, les obligaba a aprender rápido, sobre la marcha, en ocasiones a un precio muy alto. Era aquella una especie de guerra de todos contra todos, donde la pertenencia a un bando quedaba reducida a la única fidelidad posible, la de la lucha por la vida.
  De una de aquellas escaramuzas con los comanches escapó con aquel fusil, que se convirtió en su única compañía inseparable, durante la larga travesía hacia oriente.
  Sin embargo, la llegada a aquel nuevo mundo no le pareció en nada diferente del mundo del que provenía. Allí escuchó el nombre de la India. Ya lo había oído antes, en su tierra se lo habían llamado a él. Y El Montañés hacía caso de las señales… 
   En cuanto supo que la costa continuaba al otro lado de la isla, se dispuso a actuar. Durante los años que duró su periplo en el continente asiático, su destino estuvo ligado a los diamantes, fuente de todo mal, aunque también de la mayor de las riquezas a la que podía aspirarse en aquellas latitudes… Pero no iba con el carácter de El Montañés el lujo desmedido ni atesorar propiedades. Por ello, fiel al espíritu libre por el que se guiaba, supo reconocer cuándo se impuso el momento de regresar.
 Aunque no fue fácil encontrar un bajel que aceptara una yegua como tripulante, el cuantioso pago satisfizo al envilecido patrón, que trataba de convencer a El Montañés de que la carne de caballo les resultaría a todos más útil.
   De regreso al continente americano, El Montañés espoleó su cabalgadura en cuanto arribó a puerto. Probó fortuna en algún que otro rancho fronterizo, con desalentador resultado. Y acabó volviendo a los orígenes; se sentía a gusto realizando tareas de trampero en las montañas. La llegada del ferrocarril cambiaría aquel paisaje y, tras un intento fallido de acceder al paso del norte, decidió desaparecer en dirección a alguna aldea remota de la cordillera andina.

 El Montañés no fue sino un personaje de ficción, su historia bien pudo haber sido… Pero, ¿acaso no es eso una leyenda?


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